domingo, febrero 18, 2007

Días de Carnaval

Tengo 32 años. Y nunca me ha gustado disfrazarme. De hecho, no tengo muy buenos recuerdos de los carnavales de mi infancia. Por alguna razón, siempre me ha fastidiado esto de ser otra persona que no soy yo. Nunca lo entendí bien. Y mucho menos para qué carajo salir a pasear por las calles vestida de esa manera.

Tengo varios recuerdos relacionados a este tema.

Una vez me disfracé de payaso. Un de mis tías me pintó la cara y me prestó la ropa. Para ese momento, yo tendría uno 8 ó 9 años, llevaba el cabello cortico. El disfraz quedó hermoso, no puedo negarlo. Entré en un concurso de disfraces en la fiesta de carnaval del club del pueblo en el que vivía mi tía. La cuestión es que poco a poco iba subiendo peldaños y me acercaba a los finalistas. Yo estaba tan emocionada de ganar algún concurso alguna vez en mi vida que no escuchaba ni veía nada. Al final, quedé en tercer lugar y el premio fue una pelota de fútbol, todo el jurado pensó que yo era un varón. Yo agarré mi pelota con emoción, nadie me iba a quitar mi premio y el sabor de un gran tercer lugar.

Otro carnaval, no sé por qué razón, decidí que quería ser Batichica. Mi mamá y yo fuimos a una tienda de disfraces y creo que la vendedora nos vio cara de tontas, tanto a mi mamá como a mi, porque nos vendió un traje de Batman en vez de Batichica. A pesar de que en la televisión, Batichica usaba panlatón, los disfraces de esta mujer murciélago eran hechos con una falda. Yo no llevaba la falda, sino la malla de Batman. Lo más cumbre del caso es que salí a la calle así, vestida de Batman. Los niños varones querían jugar conmigo y las niñas no querían jugar conmigo. Yo me moría de ganas por gritarles a todos que yo era la auténtica Batichica, pues en la tele ella no aparecía con falda, pero creo que no me gasté en explicaciones y preferí cambiarme el traje por otro que tenía en casa.

También me disfracé de Fresita. Ese traje me gustaba, me parecía lindo y estaba bien hecho. Creo que lo usé por más de dos años. Mi hermano me decía que parecía "Fresota", en vez de Fresita por aquello de los kilos de más. Yo nunca le hice caso.

Cuando era adolescente fui parte de una comparsa. Eso fue divertido. Éramos un grupo de botellas de COCA COLA. Fue genial. También ganamos un premio por mejor disfraz. Fue un atuendo bastante producido. Los trajes los hizo una costurera y mi prima se fajó para conseguir y hacer los accesorios. Teníamos zarcillos de Coca Cola, pulseras, maquillaje para la ocasión y un plato de aluminio en la cabeza que hacía las veces de chapa de una botella. Yo tenía 12 años para la época y disfruté mucho esa fiesta, a pesar de que me agarraron el culo en medio del baile y que mi papá se puso bravo conmigo porque me perdí un buen rato con un italiano bellísimo que me llevaba 6 años.

De los disfraces, sólo queda el recuerdo, a veces bueno, a veces no tan bueno. Mientras tanto, como en años anteriores, este carnaval me quedo en casa, sin disfraz ni viaje pa la playa.

sábado, febrero 10, 2007

Lo que es, es lo que hay

El mundo femenino es muy particular. Así como lo es el masculino. No estoy, hasta ahora, diciendo nada nuevo. Nosotras somos como somos nosotras y ellos son como son ellos.

En fin, tampoco creo que con este escrito voy a descubrir el agua tibia. No es mi finalidad. Sólo escribo porque no dejo de sorprenderme a veces cuando escucho una conversación entre un hombre y una mujer y observo cómo ciertos patrones se repiten. Me sigue sorprendiendo, especialmente porque no termino de entender qué es lo que nos pasa a los seres humanos con la felicidad, la tranquilidad y el bienestar y por qué cuernos nos empeñamos a alejarnos de estos estados para gastar energía en otros menos felices.

Me da la sensación de que vivimos remando hacia la infelicidad y nos seguimos arrechando porque tenemos tantas ganas de ser felices y no lo logramos. Creo que cuando remamos ni siquiera nos damos cuenta en qué agua estamos, cómo es el barco en el que vamos montados, cuáles son las condiciones climáticas del día y lo más importante, si es que realmente queremos estar allí o queremos estar en otra parte. Ni siquiera nos preguntamos si queremos remar, remamos y remamos y nos agotamos en este ir y venir. Y seguimos perdidos.

Parece muy profundo. Realmente no creo que lo sea.

Conozco varios casos de hombres que desean ser felices y para ello buscan estar con más de una mujer al mismo tiempo. Más allá de los cachos y su connotación social, lo que me sorprende es que ellos insistan en probar que el manejo de situaciones simultáneas es una de las rutas a la felicidad... al final, suelen terminar con culpas, malestares y/o problemas más grandes que cuando comenzaron.

Es gracioso, porque como suele suceder, al principio de la relación extra o clandestina, todo parece color de rosas, suelen decir que con esta mujer todo es diferente y luego cuando ellas comienzan a reclamar su parte del territorio o cualquier otra cosa, ellos caen en cuenta -a veces muy tarde- que no se encontraron con alguien "tan diferente" y es allí donde viene el clásico: "Es que todas las mujeres son iguales".

Luego, están las mujeres. Nosotras. Con nuestras eternas ganas de cambiar el mundo y a sus habitantes. Comenzamos una relación con felicidad, diciendo también "es que con él es distinto"; pasado un tiempito, comenzamos a querer las cosas un poco diferentes, porque bueno, esto sería mejor así o asá. Y es cuando comenzamos a reclamar, a decir, a querer hablar...

Particularmente, ahora lo estoy viendo en casos de mujeres que conozco que están en el rol de "amantes", son las otras, las terceras o cuartas de las relaciones. A pesar de tener esta información previo a meterse en el pantano, ellas han insistido en tirarse al agua sucia, porque "él va a dejar a su mujer" o porque "él se va a dar cuenta de que conmigo sí es feliz". Cuando el romance sigue, algunas mujeres comienzan a darse cuenta que esto de ser la otra con es tan fácil ni glamoroso como parece, pues suelen haber otras prioridades. Es así.

El problema no está en la situación como tal, eso de ser la quinta en la lista de prioridades (con suerte!), sino en cómo lidiar con este detalle. La mayoría comete el error garrafal de reclamar más tiempo y espacio, de querer cambiar el mundo de este hombre de tal manera que ella ocupe el primer lugar del ranking. Y en el intento de cambiar este mundo y en las discusiones sobre las prioridades, las mujeres gastamos mucho tiempo y energía.

En fin, ¿Qué hago con este señor que no me saca a pasear los fines de semana porque está con su familia? ¿Qué hago con esta mujer que me para peos todos los días porque no la quiero o porque la tengo escondida? ¿Para qué sigo remando hacia la dirección contraria de la tranquilidad?

¿Qué pasa si me muevo hacia otra dirección, o me cambio de lago, o si en vez de remar, vuelo o corro o camino?

Si nos tomáramos un segundo para ver el panorama como un observador y nos preguntáramos por un instante si ESTO que tenemos en frente es lo que queremos vivir, quizá seríamos todos un poquito más felices, al menos un tanto más honestos.

No hay relaciones perfectas. No hay personas perfectas. LO QUE ES, ES LO QUE HAY.... la cosa es ver si me quiero quedar con esto que hay, si sigo tratando de que el sol salga todos los días un poco más tarde a sabiendas de que eso no podrá ser asi o si me muevo de lugar a ver si moviéndome yo, algunas cosas cambian....

sábado, febrero 03, 2007

Una mujer privilegiada

Hasta hace unos años pensaba que era una mujer completa y feliz. Tenía un trabajo bien remunerado, iba todos los días a una oficina bonita con aire acondicionado, me tenía que vestir bien para ir a trabajar y me mantenía ocupada de 8 a.m. a 6 p.m., a veces, hasta más tarde. Pensaba que eso era ser exitosa.

Hoy, pienso muy diferente.

Por ejemplo, hoy me desperté casi a las 9 a.m., me bañé, me hice una arepa, me la comí, me sequé el cabello, me vestí. A las 10:30 a.m. salí de mi casa con mi mamá, la acompañé a cobrar su pensión, luego fuimos a un centro comercial pues ella quería comprarse unos pantalones, hicimos la compra, almorzamos juntas, paseamos, me tomé un café y a las 3 de la tarde me fui a buscar a mi sobrina al colegio, cantamos en el auto camino a casa y así terminó mi tarde.

Y hoy, aunque no gané dinero porque no trabajé, gané mucho más. Compartí el día con gente a la que amo. Y una vez más me di cuenta que puedo ser feliz con muy poco. No necesito una oficina, un traje ni un horario fijo para estar bien.

Eso tampoco significa que ando de comeflor por el mundo y que me meteré a hippie. Necesito dinero, como cualquier mortal. Me gusta trabajar. Amo las actividades que tengo en este momento. Y a la vez, me estoy dando el permiso de ir poco a poco en esta nueva etapa personal y profesional.

Y descubrí que exigiéndome menos y disfrutando lo que tengo, estoy mejor, conmigo, con los que están a mi lado y con el mundo.

Mañana, probablemente las cosas cambiarán. Mientras llegan las transformaciones, disfruto cada momento.

Para seguir leyendo...

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