lunes, junio 11, 2007

Todo al mismo tiempo


Lunes. 1:03 a.m. Buenos Aires, Argentina.
Patricia estudiaba para el parcial de anatomía. Comenzaba a llegar el invierno y el frío la hacía tomar más café de lo habitual y fumar más de lo que el médico le había recomendado.
Trataba de concentrarse, pero no podía dejar de pensar en él, su amor de siempre, su amor profundo, su amor verdadero. Cerró los ojos y se acordó de la vez que hicieron el amor en Mar del Plata. Y como si su memoria hubiera sido poseída por un editor de cine, comenzaron a circular las imágenes: el helado que se comieron en Uruguay, el cumpleaños que él le celebró a ella en Colombia, el año nuevo que recibieron en la playa, el anillo que él le regaló y que ella aceptó con dudas, la vez que lloraron caminando por Puerto Madero, las llamadas durante la madrugada, el disfraz de Buzz que tanto le gustaba. “¿Volveré a enamorarme alguna vez?”, le entró la duda. Con Mauricio no había funcionado. A Patricia le estaba siendo difícil olvidarse de Ernesto.

Domingo. 11:03 a.m. Bogotá, Colombia.
Una vez más Ernesto se puso el traje de Buzz un domingo en la noche. Se paró frente al espejo y se miró. Sonrió y apareció la cara de niño que tiene a pesar de sus casi 30 años. Le gustaba este disfraz, lo hacía sentir poderoso, valeroso. Aunque la verdad era que valiente no figuraba como palabra posible en este momento de su vida.
Sobre la mesa de luz había un pasaje de avión. Madrid. “Dos días. En dos días nos vemos”, pensó para sus adentros. Se quitó el traje y encendió la televisión a ver si el sueño lo atrapaba. Una vez más apareció Julia Roberts en la pantalla. Compraba ropa en una tienda de Los Ángeles con la tarjeta de crédito de Richard Gere.

Lunes. 6:03 a.m. Madrid, España.
Ana estaba desvelada. Llevaba más de dos horas dando vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño nuevamente. Recordaba la llamada de Ernesto de la noche anterior y no podía creer que él llegara en apenas dos días. Tenía más de 5 años sin verlo, sin mirarlo a los ojos, sin olerlo, sin tocarlo. “¿Cómo será el reencuentro?”, se dijo. Luego, ella misma decidió no elucubrar ninguna historia y simplemente esperar que llegara el momento de ir al aeropuerto.
Encendió la radio a ver si la música le calmaba la ansiedad. Comenzaba a sonar la legendaria canción “Pretty Woman”, un locutor venezolano hablaba a esa hora en la radio. Su nombre era Pablo.

Lunes. 12:03 a.m. Caracas, Venezuela.
Carola decidió conectarse a Internet a ver si su hermano Pablo estaba en línea. A pesar de la distancia física, ellos habían logrado mantenerse tan unidos como de costumbre. Conversaban por teléfono, se enviaban correos, hablaban por el chat, se enviaban paquetes y regalos todos los meses. Carola vivía sola. Ya hacían tres años desde que Pablo se fue a Europa. Ella aún estaba ahorrando para visitarlo.
No tuvo suerte esa madrugada de lunes. Pablo aparecía off line. Carola se quedó vagabundeando por la red un rato más. Estaba aburrida y sin sueño. Decidió entrar a una sala de chat de extranjeros a ver a quién se encontraba por ahí.

Lunes. 1:03 a.m. Buenos Aires, Argentina.
Luego de un día rutinario, como todos los de su vida desde que Patricia y él se separaron, Mauricio llegó a su casa, se sirvió un trago de aguardiente, se quitó la camisa –a pesar del frío- y se quedó mirando por el balcón de su casa mientras se bebía el líquido transparente que le quemaba la garganta. Había dejado de fumar hace algunos meses, cuando ella se fue del apartamento, pero a esa hora de la noche siempre le provocaba un cigarrillo. Recordó todas las veces que él y ella compartieron humo y besos en ese lugar y se puso de mal humor, como todas las noches. Terminó el trago de un solo golpe, se sentó frente a la computadora y entró a una sala de chat para extranjeros. Algo pasaría esa noche.

Lunes. 6:03 a.m. Madrid, España.
Pablo presentó la canción y se acordó de la primera vez que vio esa película en el cine. Él tenía unos 8 años y se había enamorado perdidamente de Julia Roberts, de su enorme boca y de su cabello rojo.
Durante los tres años que Pablo había vivido en Madrid, había pasado por todos los sentimientos posibles. Lo mejor y lo peor, lo más bueno y lo menos bueno. Ser locutor no estaba entre sus planes, pero bueno, era el trabajo que tenía. En este tiempo había logrado ahorrar suficiente dinero y coraje para volver a cambiar de continente y darle otro giro a su vida.
Pablo quería ser médico, neurólogo. Finalmente, se decidió. Se marcharía a Buenos Aires a comenzar nuevamente. Su hermana, Carola aún no lo sabe. Ella seguía ahorrando para ir a Europa. Pero Pablo decidió que era hora de dejar que cada quien luchara por sus propios sueños. Los de él estaban muy claros y se encontraban al sur de América.

1 comentario:

Anónimo dijo...
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