miércoles, febrero 10, 2010

En honor a mi maestra Magaly

Magaly (creo que el apellido es González) fue mi maestra guía y de Sociales en cuarto grado. Siempre me cayó muy bien. Magaly era muy pequeña de estatura (casi del mismo tamaño de nosotras sus alumnas) y era una profesora muy cercana para un colegio tan estricto como ese donde estudié parte de primaria y bachillerato.

Luego de pasar de cuarto grado, seguí en contacto con Magaly. Conversábamos en algunos momentos, nos saludábamos. Ella siempre me cayó bien.

Cuando empecé sexto grado, Magaly se me acercó y me propuso algo que me pareció super descabellado en ese momento: que yo fuera la presentadora de los actos culturales de toda primaria.

Cada mes, dependiendo del calendario y la efemérides correspondiente, cada grado debía organizar un pequeño acto cultural: una lectura, hacer una dramatización, recitar un poema, entre otros. Hasta ese momento era Magaly la encargada de presentar los actos. Y no se cómo se le ocurrió que yo podía hacerlo.

Al final, no se bien cómo, acepté. El primer acto fue en octubre. Me parece que era sobre el Descubrimiento de América. Recuerdo que estaba super nerviosa: debía hablar delante de toda la escuela primaria.

Mi trabajo comenzaba dos semanas antes del acto. Me paseaba por todos los salones del colegio para conversar con las maestras y ver qué iban a presentar en esta oportunidad. A la semana, volvía a pasar para confirmar la presentación y chequear que no hubiera repeticiones en cada uno de los actos. Luego, me sentaba con Magaly y revisábamos juntas el contenido y el orden que le íbamos a dar. Y por último, me tocaba el día del acto, presentar -cual animadora de TV, con micrófono en mano y todo- cada uno de las lecturas o dramatizaciones.

El primer día que me tocó fungir de animadora estaba super nerviosa. Yo tenía 11 años. Llevaba todo escrito cuidadosamente y ya había practicado en mi casa. Creo que dentro de todo, no salió tan mal. Por lo menos, cumplimos con la meta.

Mientras pasaban los meses y los actos, el trabajo se hacía más sencillo, tanto el de organizar el evento como la presentación del mismo. Ya no practicaba en casa. Ya no escribía lo que iba a decir. Ahora improvisaba.

Recuerdo que me encantaba la parte de organizar los actos. Era una oportunidad perfecta para salirme del salón de clases y pasear por toda la primaria sin que nadie me dijera nada. Conocía a todas las maestras de la escuela y hablaba con cada una de ellas. Era divertido armar el programa.

Le fui tomando el gusto al micrófono. Perdí el miedo y la pena de hablar en público. Incluso, le podía dar ánimo a los otros niños que estaban muy nerviosos por tener que leer frente a cientos de otros niños.

Al final del año, me tocó dar el discurso de cierre de la primaria. Fue divertido y emocionante.

Estoy segura que esta experiencia me marcó de por vida. Se que esa forma con la que me enfrento a un grupo de alumnos en este momento tiene que ver con este sexto grado y mis presentaciones en los actos culturales. Desde ese momento ya nunca más sentí temor de hablar en público, hacer exposiciones o conversar delante de la gente. Y siempre le estaré profundamente agradecida a Magaly, esté donde esté.


domingo, febrero 07, 2010

Invictus: el poder de la integración

Desde que vi el trailler de "Invictus", la más reciente película de Clint Eastwood, sabía que me iba a gustar.

Movilizadora, humana, no cursi, directa, mostrando todo, sin exclusiones, nada extravagante.

La excusa del deporte para unir a un país.
La visión de un hombre que lejos de separar, buscó la integración de su gente.
La pasión de un equipo por lograr una meta, en nombre de los habitantes de su país, de todos los habitantes de esa nación.

La integración de unos y otros.

Está basada en una historia real. La cinta narra cómo Mandela se sirve del Rugby -muy popular entre los Afrikáners- para que todo el pueblo Surafricano pudiera unirse en una sola nación, un solo canto, una sola bandera.

De una nación dividida pasa a ser un espacio en el que todos caben, todos logran celebrar los tantos de su equipo, los blancos y los negros. Los que antes se perseguían ahora comparten en un estadio la fuerza de una abrazo que tiene un mismo fin: ver a su equipo convertirse en el campeón del mundo.

La palabra integración resume para mí esta historia. La posibilidad de mirar al otro (aunque piense diferente a mi) y darle espacio. La posibilidad de tratar al otro diferente a como me ha tratado a mi. La fuerza del ejemplo y del liderazgo, que en la película se ve tan clara en el mismo Mandela, Morgan Freeman, como en el capitán del equipo, interpretado por Matt Damon.

Es una película completa. Sin desperdicios. De esas que ojalá todos los que vivimos en Venezuela podamos mirar y aprender algo de ella.




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