Una mujer, luego de pasar un tiempo sin pareja, conoce a dos hombres: A y B. El “A” parece tener todas las cualidades “buenas” que ellos “deben tener”: es soltero, tiene una buena posición económica, está disponible para ella, es cariñoso, de buena familia. El “B”, pareciera cargar una mochila más grande: tiene un hijo, una ex mujer y algunos problemas sin resolver.
Ambos hombres están interesados en la mujer. Ahora es ella la que tiene que decidir.
Por buenas o por malas, ella se siente atraída por el hombre “B”. Ella se cuestiona la razón de su elección. Pregunta: ¿Qué me pasa? ¿Qué pasa que no elijo al que pareciera estar “mejor”?
Trato de responder a sus interrogantes con el siguiente ejemplo:
Imagina que vas subiendo una montaña, rodeada de otros escaladores como tú. Cada uno de ellos, incluyéndote, tiene su velocidad, su ritmo, su tiempo, según la mochila que carga y si propia capacidad física.
Los que van más rápido que tú y con menos peso, te pasan y te dejan atrás en la escalada.
Los que llevan más peso, van más lento que tú. Así que eres capaz de pasarlos y dejarlos atrás.
Entonces, ¿Quién queda a tu lado? ¿Con quién subes la montaña? ¿Quién puede ser tu compañero en esta aventura?
Respuesta simple: quien lleva el mismo peso que tú y tiene una capacidad física a la tuya.
Así que la próxima vez que veas a la pareja que escogiste, mira su morral, quizá es más parecido al tuyo de lo que imaginas. Sólo puedes escoger a alguien parecido a ti, aunque no lo creas. O a alguien que tiene algo para mostrarte de su propia mochila que quizá aún no has podido descubrir de la tuya.
La mujer se fue reflexionando sobre su propio morral y sus elecciones de pareja.
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