El pasado.
Fui un bólido. Caminé a los 9 meses, comencé a hablar apenas cumplí un año (y no he parado desde entonces), quise comer sola desde el año y medio, a esa misma edad escogía de mi guardarropa lo que quería ponerme, leí y escribí a los 5 años, tuve mi primer novio a los 10 años, el primer beso fue a los 12 y llegué a la universidad a los 17. A los 18 ya trabajaba como periodista y antes de cumplir los 22 años terminé la tesis de grado.
El presente.
En dos meses cumplo 33 años. No me siento ni demasiado joven ni demasiado adulta. Me siento mujer, simplemente. Me siento en una edad razonable para comenzar una nueva vida. Me siento en la edad interesante para comenzar una relación de verdad. En una edad para, como de hecho ya lo hice, dar un vuelco a mi profesión “original”, obtener otro título y comenzar a ejercer como psicoterapeuta, con todo y lo que significa comenzar de cero en un mundo profesional hasta ahora desconocido.
En el pasado.
Tenía el pie en el acelerador. Quizá pensé que mientras más kilómetros recorriera, iba a ganar extra millas para ir quién sabe a dónde. Lo viví de esa manera. Salí con quien quise, de la manera como quise, amé y fui amada, rechacé y fui rechazada, engañé y me engañaron, viví, gocé, sufrí, dije que sí mil veces y no unas cuantas.
Trabajaba más de 12 horas al día, ganaba mucho dinero, rumbeaba los fines de semana, bebía y a veces me emborrachaba, viajé por donde quise. Creía que tener muchos amigos (en cantidad) era cool y mientras más teléfonos de hombres en mi agenda, me sentía más mujer. Coleccioné hombres como barajitas de álbum, tratando siempre de encontrar alguna novedad para no repetir…
En el presente.
Paré el auto o al menos bajé la velocidad a un casi imperceptible. Aprendí a decir que no cuando no quiero. Trabajo muchas menos horas que antes y en algo que amo y que me nutre cada día más. Y lo mejor de todo, lo disfruto enormemente. Valoro el dinero de otra manera y no sólo para adquirir un bien tras otro. Disfruto estar en mi casa. Disfruto a mis padres y no peleo con ellos. Los miro con amor y recibo de ellos todo lo que tienen para darme. Los viernes en la tarde juego en la computadora con mi hermosa sobrina. Duermo hasta tarde si quiero. Prácticamente no bebo. Tengo pocos y buenos amigos. Boté el álbum de barajitas de hombres.
Esta es mi velocidad de hoy. Leo mucho, escribo, crezco, pienso, amo, hago y a veces no hago. Me tomo un minuto de cuando en cuando para respirar y ver alrededor. Escucho música y canto en el auto. Ya no estoy apurada por llegar a ningún lado.
Fui un bólido. Caminé a los 9 meses, comencé a hablar apenas cumplí un año (y no he parado desde entonces), quise comer sola desde el año y medio, a esa misma edad escogía de mi guardarropa lo que quería ponerme, leí y escribí a los 5 años, tuve mi primer novio a los 10 años, el primer beso fue a los 12 y llegué a la universidad a los 17. A los 18 ya trabajaba como periodista y antes de cumplir los 22 años terminé la tesis de grado.
El presente.
En dos meses cumplo 33 años. No me siento ni demasiado joven ni demasiado adulta. Me siento mujer, simplemente. Me siento en una edad razonable para comenzar una nueva vida. Me siento en la edad interesante para comenzar una relación de verdad. En una edad para, como de hecho ya lo hice, dar un vuelco a mi profesión “original”, obtener otro título y comenzar a ejercer como psicoterapeuta, con todo y lo que significa comenzar de cero en un mundo profesional hasta ahora desconocido.
En el pasado.
Tenía el pie en el acelerador. Quizá pensé que mientras más kilómetros recorriera, iba a ganar extra millas para ir quién sabe a dónde. Lo viví de esa manera. Salí con quien quise, de la manera como quise, amé y fui amada, rechacé y fui rechazada, engañé y me engañaron, viví, gocé, sufrí, dije que sí mil veces y no unas cuantas.
Trabajaba más de 12 horas al día, ganaba mucho dinero, rumbeaba los fines de semana, bebía y a veces me emborrachaba, viajé por donde quise. Creía que tener muchos amigos (en cantidad) era cool y mientras más teléfonos de hombres en mi agenda, me sentía más mujer. Coleccioné hombres como barajitas de álbum, tratando siempre de encontrar alguna novedad para no repetir…
En el presente.
Paré el auto o al menos bajé la velocidad a un casi imperceptible. Aprendí a decir que no cuando no quiero. Trabajo muchas menos horas que antes y en algo que amo y que me nutre cada día más. Y lo mejor de todo, lo disfruto enormemente. Valoro el dinero de otra manera y no sólo para adquirir un bien tras otro. Disfruto estar en mi casa. Disfruto a mis padres y no peleo con ellos. Los miro con amor y recibo de ellos todo lo que tienen para darme. Los viernes en la tarde juego en la computadora con mi hermosa sobrina. Duermo hasta tarde si quiero. Prácticamente no bebo. Tengo pocos y buenos amigos. Boté el álbum de barajitas de hombres.
Esta es mi velocidad de hoy. Leo mucho, escribo, crezco, pienso, amo, hago y a veces no hago. Me tomo un minuto de cuando en cuando para respirar y ver alrededor. Escucho música y canto en el auto. Ya no estoy apurada por llegar a ningún lado.
Como dice Bert Hellinger, "Estando parado me encuentro en el verdadero camino". Así que ya estoy donde quiero estar. Mañana veremos.
1 comentario:
Esto como que nos pasa a todos los que creemos que tenemos exito¡¡¡ Dios nos manda alguna situacion dificil que hace que frenemos y logramos mejorar nuestra manera de vivir. Este es el mejor cuento de este blog¡¡¡
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