Tengo 32 años. Debo asumir que no he tenido una vida emocional estable. He tenido muchas relaciones, encuentros, novios, desencuentros, equìvocos, barrancos, etc, etc, etc. Tambièn debo confesar que esto de la inestabilidad emocional siempre me ha preocupado, pues he tenido la sensaciòn de que no puedo tener una relaciòn estable,de cualquier ìndole.
Aunque pensàndolo bien y detenidamente hace algunos dìas, me di cuenta que sì puedo tener relaciones estables y que ademàs puedo ser fiel. ¿Còmo lo se? Pues, es el tipo de relaciones que he tenido con mis peluqueros.
En 32 años solo he tenido tres peluqueros. Con los tres he tenido relaciones super estables (de màs de 5 años cada una), nunca les he sido infiel (ni siquiera en casos extremos) y las relaciones han terminado cuando ellos se han marchado, han sido ellos los que me dejaron a mì.
Paso a contar. Mi primera peluquera fue Josefina, una mujer de Republica Dominicana. Ella peinaba a mi mamà desde que yo tenìa unos 10 años y siempre me dije que ella serìa la primera en mi vida. Y asì fue, a ella le entreguè mi cuero cabelludo por primera vez, para que me lo lavara, lo manipulara, en fin, para que hiciera con èl lo que quisiera. Con ella tuve mi primera permanente, con ella tuve mis primeras equivocaciones en materia de cabello. Era tan buena que hasta le perdonaba los errores que cometia. Con ella estuve feliz hasta los 21 años, cuando decidiò mudarse a Estados Unidos.
Desolada, comencè a recorrer un par de peluquerìas sin correr con suerte. La extrañaba en cada secado de cabello, en cada mal corte. Fue una mala època en mi vida.
Luego, volvì a enamorarme. Esta vez de Carlos. Un hombre maravilloso con el que volvi a creer en los tintes y en soltar la cabeza para entregarme a su maravilloso instrumento. Con èl vivì momentos maravillosos, me hizo moños, me acompañò el dìa de la boda de mi hermano, me hizo los mejores cortes que alguien jamàs me hubiera podido hacer. Todo iba muy bien hasta que decidiò mudarse a Estados Unidos. Una vez màs quedè en el aire... triste, acongojada y con el cabello hecho añicos.
Pasaron algunos meses y encontrè a Cèsar, el uruguayo. Con èl, me atrevì a ponerle color a mi cabeza, con èl volvì a sentir la màgica sensacion de una tijera que me cortaba y me daba placer. Con èl, estoy desde hace siete años. Y mientras no se vaya a Estados Unidos, me quedarè a su lado. De hecho, este año que he estado viviendo en Buenos Aires, no he dejado que me corten en cabello, es decir, he sido fiel. Y estoy esperando ansiosa volver a mi paìs para reencontrarme con este hombre.
Ahora que escribo esto me lleno de aliento. Sì puedo mantener relaciones estables en mi vida!!!! Mi cabello es una muestra de ello.
miércoles, diciembre 20, 2006
viernes, diciembre 01, 2006
Infierno verde
Hoy el infierno es verde. La tierra azul. El pasto rojo. Las rosas rojas son turquesa. El mundo es del color de quien los mira, decìa siempre Tomàs.
Tomàs no le contaba a nadie sobre còmo veìa las cosas, sobre eso de que veìa las cosas de colores diferentes. Creìa que nadie podrìa entenderlo y temìa que lo tildaran de loco. Todavìa recordaba cuando estaba en el colegio y la maestra lo castigaba por pintar el cielo de verde y el sol de violeta. "Ella no entendìa nada", pensò èl. Su madre era mucho màs paciente con èl, sabìa que su hijo tenìa esa extraña enfermedad de los ojos que afectaba a los hombres de esa familia.
Mientras Tomàs recordaba esto estaba en la cama. Las nubes de ese dìa dìa eran de color dorado, las palomas que revoloteaban el lugar eran rosadas. La sopa de tomate que se habìa tomado durante el mediodìa era marròn y el jugo de patilla, negro.
A Tomàs le habìa costado mucho encontrar amigos, ni hablar de estar en pareja. Eso de no ver los colores como los demàs, lo hacìa un ser muy particular al que pocos entendìan. El problema màs grave era que esa enfermedad sòlo afectaba a hombres. Y Tomàs todavìa no se habìa encontrado con alguno, al menos para compartir las penas bebiendo una vodka de color naranja con jugo de naranja color verde agua, en la barra de algùn bar.
En un momento, tuvo que hacer un glosario de colores. En un lado colocò los colores que veìan los demàs y en la otra columna escribiò los que èl veìa. El problema surgiò cuando los colores que iba registrando la vista de Tomàs cambiaban. Borraba y borraba la enorme lista que parecìa no tener final. Un dìa, decidiò dejar la lista a un lado.
Tomàs optò por disimular delante de todos. Se comportaba como un ser normal y se habìa programado para no pasar el semàforo cuando le aparecìa su verde, pues sabìa que a pesar de que èse era el color que èl veìa, no era el mismo que veìan los otros. Asì hacìa con todo. Le costaba mucho trabajo disimular, pero bueno, fue la ùnica manera de pertenecer a algùn grupo. Eso tambièn lo agotò.
En una etapa màs sombrìa, decidiò quedarse solo en su casa. Practicamente no salìa. Tomaba tè en las mañanas, mucha agua porque es transparente y cafè color vinotinto que se preparaba con leche plateada... Tampoco lo ayudò mucho esto de estar encerrado.
Asì que tomò una decisiòn màs dràstica. Decidiò dejar de ver. Se quitò la visiòn. Estaba seguro que ese dolor tan profundo de no tener ojos iba a ser recompensado con la idea de ser parecido a los demàs. Por fin iba a poder compartir una paleta de colores con los otros. Cuando una persona dijera que el sol era amarillo, èl podrìa verlo asì en su mente. "Estos ojos de mierda que no me servìan para nada", dijo con rabia y dolor.
Tomàs està ahora en la cama de un hospital. Su cuerpo se recupera, pero su vista no. El doctor le dijo a la madre que Tomàs se habìa convertido en un invidente. Tomàs seguìa adormecido por los calmantes que tuvieron que darle. Querìa abrir los ojos que ya no tenìa para darse cuenta que habìa logrado exitosamente su misiòn de "no ver". Lo que no calculò Tomàs es que aunque ya no tenìa ojos o vista, en su mente el infierno seguìa siendo verde, la tierra azul, el pasto rojo y las rosas rojas de color turquesa.
Tomàs no le contaba a nadie sobre còmo veìa las cosas, sobre eso de que veìa las cosas de colores diferentes. Creìa que nadie podrìa entenderlo y temìa que lo tildaran de loco. Todavìa recordaba cuando estaba en el colegio y la maestra lo castigaba por pintar el cielo de verde y el sol de violeta. "Ella no entendìa nada", pensò èl. Su madre era mucho màs paciente con èl, sabìa que su hijo tenìa esa extraña enfermedad de los ojos que afectaba a los hombres de esa familia.
Mientras Tomàs recordaba esto estaba en la cama. Las nubes de ese dìa dìa eran de color dorado, las palomas que revoloteaban el lugar eran rosadas. La sopa de tomate que se habìa tomado durante el mediodìa era marròn y el jugo de patilla, negro.
A Tomàs le habìa costado mucho encontrar amigos, ni hablar de estar en pareja. Eso de no ver los colores como los demàs, lo hacìa un ser muy particular al que pocos entendìan. El problema màs grave era que esa enfermedad sòlo afectaba a hombres. Y Tomàs todavìa no se habìa encontrado con alguno, al menos para compartir las penas bebiendo una vodka de color naranja con jugo de naranja color verde agua, en la barra de algùn bar.
En un momento, tuvo que hacer un glosario de colores. En un lado colocò los colores que veìan los demàs y en la otra columna escribiò los que èl veìa. El problema surgiò cuando los colores que iba registrando la vista de Tomàs cambiaban. Borraba y borraba la enorme lista que parecìa no tener final. Un dìa, decidiò dejar la lista a un lado.
Tomàs optò por disimular delante de todos. Se comportaba como un ser normal y se habìa programado para no pasar el semàforo cuando le aparecìa su verde, pues sabìa que a pesar de que èse era el color que èl veìa, no era el mismo que veìan los otros. Asì hacìa con todo. Le costaba mucho trabajo disimular, pero bueno, fue la ùnica manera de pertenecer a algùn grupo. Eso tambièn lo agotò.
En una etapa màs sombrìa, decidiò quedarse solo en su casa. Practicamente no salìa. Tomaba tè en las mañanas, mucha agua porque es transparente y cafè color vinotinto que se preparaba con leche plateada... Tampoco lo ayudò mucho esto de estar encerrado.
Asì que tomò una decisiòn màs dràstica. Decidiò dejar de ver. Se quitò la visiòn. Estaba seguro que ese dolor tan profundo de no tener ojos iba a ser recompensado con la idea de ser parecido a los demàs. Por fin iba a poder compartir una paleta de colores con los otros. Cuando una persona dijera que el sol era amarillo, èl podrìa verlo asì en su mente. "Estos ojos de mierda que no me servìan para nada", dijo con rabia y dolor.
Tomàs està ahora en la cama de un hospital. Su cuerpo se recupera, pero su vista no. El doctor le dijo a la madre que Tomàs se habìa convertido en un invidente. Tomàs seguìa adormecido por los calmantes que tuvieron que darle. Querìa abrir los ojos que ya no tenìa para darse cuenta que habìa logrado exitosamente su misiòn de "no ver". Lo que no calculò Tomàs es que aunque ya no tenìa ojos o vista, en su mente el infierno seguìa siendo verde, la tierra azul, el pasto rojo y las rosas rojas de color turquesa.
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