Dentro de las 48 posteriores a la cirugía pasaron dos cosas. La primera, es que Clara dejo de respirar. La segunda, que Vampi rechazó el corazón que le habían implantado.
Clara murió a la 1:11 a.m. de un sábado. Vampi, entre sueños, lo supo.
Los doctores tuvieron que hacer un nuevo milagro. Tomaron el corazón del cuerpo de la recién fallecida Clara y nuevamente abrieron el pecho de Vampi. Le conectaron un nuevo corazón.
Pasaron varios días. Vampi despertó y sin que nadie le dijera nada, supo que su hermana le había dejado el regalo más grande que alguien alguna vez podría darle: una nueva oportunidad para hacer las cosas y para vivir de una manera diferente.
Vampi salió de la clínica un 1ero de enero. Caminó por las calles empedradas camino a su casa. El día estaba claro y hacía algo de frío. Vampi no sabía bien cómo caminar, tenía la sensación de estar estrenando una vida y por eso, le parecía que todas las tiendas eran nuevas, que todos los colores eran diferentes y que nadie era como solía ser.
Sintió miedo y se quedó allí, sintiendo con ese nuevo corazón que tenía en el pecho. También lloró y buscó abrazos verdaderos. Estuvo sola un tiempo, recuperándose -por dentro y por fuera-, andaba más callada que de costumbre. Escuchó mucho a Ismael Serrano, uno de los cantantes preferidos de Clara y por primera vez pudo sentir esas canciones que tanto escuchó superficialmente cuando Clara lavaba la ropa o hacía la comida.
Vampi sabe que aunque el cuerpo de Clara se fue, ella está presente y viva en su cuerpo que ahora tiene corazón. Ahora están más juntas que nunca, latiendo en un solo cuerpo y con el conocimiento y la sensación de que cuerpo y alma están juntos para todo, para lo bueno y para lo malo, para amar y dejar de amar, para dar y para recibir, para defenderse cuando haga falta y para atacar cuando también sea necesario.
Vampi aún no sabe cómo amar. Está aprendiendo. Cada día se mira al espejo y prueba con ella misma. Ya no le hacen falta muchos hombres para probar nada sobre la vida. Ya no le hace falta la ironía del vacío, ni el maltrato de otros. Ya no le hace falta lo hueco. Ella está aprendiendo cómo caminar en esta nueva ciudad con un nuevo corazón.
Nota: Me tomo el atrevimiento de ser cursi y novelera en este post. Es un ejercicio terapéutico.
domingo, mayo 20, 2007
martes, mayo 15, 2007
La Clara Vampi
La vampiresa llego a la casa pasada la media noche. Venia con el maquillaje chorreado, los tacones en la mano y el cuerpo agotado. Tres hombres diferentes en una misma noche. La historia de todos los días. Cuerpos que iban y venían, cuerpos que conocía a profundidad por minutos mientras llegaba el placer y que luego pasaban a formar parte de la jungla de hombres de aquella ciudad negra y maldita.
Llego, se sirvió un vaso de wiskey y se lo tomo de un solo trago. “Me lo todo rápido para que se me quite este sabor de mierda de la boca. No me gusta oler a sexo. Todo mi cuerpo huele a sexo. Dicen que hago el mejor sexo oral de la ciudad, yo no les creo. Solo que me gusta y realmente disfruto ver como se le ponen los ojos blancos a los tontos esos que creen que yo la estoy pasando bien”. La vampiresa le hablada a su hermana, quien no podía creer lo que miraba y escuchaba, a pesar de que era una historia que se repetía a diario.
Clara se llamaba la hermana de Vampi. Vestía siempre de blanco, camisas holgadas, faldas largas. Clara tenia ojeras, le costaba conciliar el sueño, le dolía mucho el corazón. Tenia una deficiencia cardiaca congénita que le detectaron cuando apenas era una niña. No podía trabajar, así que estaba todo el día en casa, hacia los deberes del hogar y cuidaba a su hermana. Vampi era la encargada de traer el dinero a la casa. Vivian solas. Sus padres no existían. No había familia conocida. Eran solo ellas en la negra ciudad.
Vampi se acostó a dormir. Al contrario de Clara, dormía profundamente todas las noches. Clara se daba cuenta de que cuando su hermana dormía le cambiaba la cara. Sonreía en sueños y sus gestos de suavizaban. Vampi siempre soñaba lo mismo: con el mar, un mar perfecto, claro, azul cielo, con arena blanca y cielo despejado. El único detalle es que Vampi no se metía en el mar. Cuando soñaba que estaba en la playa, disfrutaba con un cierto toque de envidia como los demás disfrutaban de algo que ella no podía disfrutar. En el fondo, le daba miedo meterse en el agua… disimulaba como siempre y le daba miedo.
Clara soñaba con una vida diferente para ella y para su hermana. Soñaba con salir de esa casa y poder estar en las calles sin sentir esa opresión en el pecho, ese dolor que le impedía moverse. Quería otra vida. Una vida en una ciudad que no fuera negra.
Amanecía otro día. Podía ser martes, viernes o domingo… todos los días eran iguales. Vampi se vestía de negro, se calzaba los tacones altos, se maquillaba mucho y disimulaba con un chal el hueco que tenía por dentro del pecho. Ella también tenia una deficiencia cardiaca, pero no era congénita, la había causado el tiempo, los malos ratos, el alcohol y el sexo sin sentido y sin sentirlo. Ella no decía nada y se le notaba. Quien la veía con detalle podía saber que a esa mujer le faltaba algo adentro. Quien la miraba con ojos superficiales nunca se hubiera dado cuenta. Sus labios rojos y ojos muy maquillados eran expertos distractores de la verdad.
Ese día llego la llamada que Clara estaba esperando. Había un donante para ella. Un corazón había llegado al hospital de la negra ciudad. Había una posibilidad para Clara. En seguida, las dos hermanas se fueron corriendo a la clínica. No lo podían creer. Ambas estaban emocionadas. Era la primera vez en años que Vampi faltaría al trabajo… no tendría sexo ese día. Valía la pena el sacrificio, su hermana tendría un nuevo corazón.
Llegaron y hablaron con el medico. Todo estaba listo. Clara podría pasar al quirófano en cualquier momento. Había un detalle adicional. Algo que ninguna de las dos había calculado. Ese día, a la clínica, no llego un corazón, llegaron dos. Los médicos estaban sorprendidos porque era un caso excepcional. Algo raro y nunca visto. ¿Dos corazones para la misma mujer? Pensaron que tendrían que desechar uno de los corazones. Pero Clara tuvo una mejor idea. Sin decir nada, le quito el chal a Vampi y dejo ver delante de todos el hueco que su hermana tenía en el pecho.
Vampi no supo como reaccionar. Primero sintió vergüenza, no quería que nadie viera su hueco, su ausencia de corazón. Luego, rompió en llanto. Y cayó al piso. Los médicos la atendieron inmediatamente. Luego de comprobar que todas las características correspondían, procedieron a hacer algo extraordinario: dos transplantes de corazón en simultáneo.
Ahora Clara y Vampi están en la sala de recuperación. Juntas. Clara duerme profundamente. Vampi sueña que nada en el mar. En la ciudad negra salio en sol por primera vez en muchos años. Pronostican una ola de calor en la próxima temporada.
Llego, se sirvió un vaso de wiskey y se lo tomo de un solo trago. “Me lo todo rápido para que se me quite este sabor de mierda de la boca. No me gusta oler a sexo. Todo mi cuerpo huele a sexo. Dicen que hago el mejor sexo oral de la ciudad, yo no les creo. Solo que me gusta y realmente disfruto ver como se le ponen los ojos blancos a los tontos esos que creen que yo la estoy pasando bien”. La vampiresa le hablada a su hermana, quien no podía creer lo que miraba y escuchaba, a pesar de que era una historia que se repetía a diario.
Clara se llamaba la hermana de Vampi. Vestía siempre de blanco, camisas holgadas, faldas largas. Clara tenia ojeras, le costaba conciliar el sueño, le dolía mucho el corazón. Tenia una deficiencia cardiaca congénita que le detectaron cuando apenas era una niña. No podía trabajar, así que estaba todo el día en casa, hacia los deberes del hogar y cuidaba a su hermana. Vampi era la encargada de traer el dinero a la casa. Vivian solas. Sus padres no existían. No había familia conocida. Eran solo ellas en la negra ciudad.
Vampi se acostó a dormir. Al contrario de Clara, dormía profundamente todas las noches. Clara se daba cuenta de que cuando su hermana dormía le cambiaba la cara. Sonreía en sueños y sus gestos de suavizaban. Vampi siempre soñaba lo mismo: con el mar, un mar perfecto, claro, azul cielo, con arena blanca y cielo despejado. El único detalle es que Vampi no se metía en el mar. Cuando soñaba que estaba en la playa, disfrutaba con un cierto toque de envidia como los demás disfrutaban de algo que ella no podía disfrutar. En el fondo, le daba miedo meterse en el agua… disimulaba como siempre y le daba miedo.
Clara soñaba con una vida diferente para ella y para su hermana. Soñaba con salir de esa casa y poder estar en las calles sin sentir esa opresión en el pecho, ese dolor que le impedía moverse. Quería otra vida. Una vida en una ciudad que no fuera negra.
Amanecía otro día. Podía ser martes, viernes o domingo… todos los días eran iguales. Vampi se vestía de negro, se calzaba los tacones altos, se maquillaba mucho y disimulaba con un chal el hueco que tenía por dentro del pecho. Ella también tenia una deficiencia cardiaca, pero no era congénita, la había causado el tiempo, los malos ratos, el alcohol y el sexo sin sentido y sin sentirlo. Ella no decía nada y se le notaba. Quien la veía con detalle podía saber que a esa mujer le faltaba algo adentro. Quien la miraba con ojos superficiales nunca se hubiera dado cuenta. Sus labios rojos y ojos muy maquillados eran expertos distractores de la verdad.
Ese día llego la llamada que Clara estaba esperando. Había un donante para ella. Un corazón había llegado al hospital de la negra ciudad. Había una posibilidad para Clara. En seguida, las dos hermanas se fueron corriendo a la clínica. No lo podían creer. Ambas estaban emocionadas. Era la primera vez en años que Vampi faltaría al trabajo… no tendría sexo ese día. Valía la pena el sacrificio, su hermana tendría un nuevo corazón.
Llegaron y hablaron con el medico. Todo estaba listo. Clara podría pasar al quirófano en cualquier momento. Había un detalle adicional. Algo que ninguna de las dos había calculado. Ese día, a la clínica, no llego un corazón, llegaron dos. Los médicos estaban sorprendidos porque era un caso excepcional. Algo raro y nunca visto. ¿Dos corazones para la misma mujer? Pensaron que tendrían que desechar uno de los corazones. Pero Clara tuvo una mejor idea. Sin decir nada, le quito el chal a Vampi y dejo ver delante de todos el hueco que su hermana tenía en el pecho.
Vampi no supo como reaccionar. Primero sintió vergüenza, no quería que nadie viera su hueco, su ausencia de corazón. Luego, rompió en llanto. Y cayó al piso. Los médicos la atendieron inmediatamente. Luego de comprobar que todas las características correspondían, procedieron a hacer algo extraordinario: dos transplantes de corazón en simultáneo.
Ahora Clara y Vampi están en la sala de recuperación. Juntas. Clara duerme profundamente. Vampi sueña que nada en el mar. En la ciudad negra salio en sol por primera vez en muchos años. Pronostican una ola de calor en la próxima temporada.
miércoles, mayo 09, 2007
El novio hueco
Él era el novio perfecto. Pagaba las cuentas, llamaba todos los días, presentaba a su novia como “mi novia” y la mostraba como un trofeo recién ganado, hablaba utilizando el término “nosotros”, buscaba a su novia y la llevaba al cine, hacían el mercado juntos, la abrazaba en las mañanas al despertar, le abría la puerta del carro, la atendía y le colocaba la crema de las picadas de los mosquitos en las piernas, le daba muchos besos en público y le decía a diario que la quería. Incluso, le hizo espacio en su clóset para que ella se sintiera que tenía un lugar en su vida y en su casa.
Pero… estaba hueco por dentro.
¿Cómo es eso?
Pues así de simple. Detrás de la fachada de novio ideal, había un hombre sin relleno. Lo de adentro se había perdido en la última guerra, en el último bombardeo, en la última herida. Y él no sabía dónde había quedado “eso” (lo de adentro) y ella mucho menos.
Una parte de él, la de afuera, quería ser el novio perfecto y tener a una novia para hacer pareja y planes de futuro. La de adentro, no sabía lo que quería, debía tener relleno antes de poder saberlo.
Ella, una vez más, escogió. Lo escogió a él para ser su “novio perfecto y hueco”. Los primeros días no se percató de esta ausencia, él hizo maravillas por disimularlo. A los días, apareció el primer síntoma y luego el segundo, y el tercero, y el cuarto… y ya el sol no pudo ser tapado con ningún dedo de ninguna mano.
Una mañana ella se tomó un café, lo miró a los ojos y le dijo que se retiraba de la historia ideal y hueca. Él la miró con los ojos vacíos y respondió secamente: “Lo que no funciona, no funciona”. Ella se despidió y lloró camino a su casa. Él no sabe qué siente, sólo hay vacío y hueco en este momento.
Ella aún se pregunta para qué transita por la misma calle una y otra vez, la avenida de los hombres huecos. Y a la vez se alegra, porque cada vez el tránsito es más corto, menos doloroso y más consciente. Quizá, eso sea ganancia. Quizá sea un consuelo de tontos.
Pero… estaba hueco por dentro.
¿Cómo es eso?
Pues así de simple. Detrás de la fachada de novio ideal, había un hombre sin relleno. Lo de adentro se había perdido en la última guerra, en el último bombardeo, en la última herida. Y él no sabía dónde había quedado “eso” (lo de adentro) y ella mucho menos.
Una parte de él, la de afuera, quería ser el novio perfecto y tener a una novia para hacer pareja y planes de futuro. La de adentro, no sabía lo que quería, debía tener relleno antes de poder saberlo.
Ella, una vez más, escogió. Lo escogió a él para ser su “novio perfecto y hueco”. Los primeros días no se percató de esta ausencia, él hizo maravillas por disimularlo. A los días, apareció el primer síntoma y luego el segundo, y el tercero, y el cuarto… y ya el sol no pudo ser tapado con ningún dedo de ninguna mano.
Una mañana ella se tomó un café, lo miró a los ojos y le dijo que se retiraba de la historia ideal y hueca. Él la miró con los ojos vacíos y respondió secamente: “Lo que no funciona, no funciona”. Ella se despidió y lloró camino a su casa. Él no sabe qué siente, sólo hay vacío y hueco en este momento.
Ella aún se pregunta para qué transita por la misma calle una y otra vez, la avenida de los hombres huecos. Y a la vez se alegra, porque cada vez el tránsito es más corto, menos doloroso y más consciente. Quizá, eso sea ganancia. Quizá sea un consuelo de tontos.
La mejor copiloto del mundo
A Marga le encantan los autos. Desde pequeña le atraían mucho. Los miraba en la calle, por la televisión, en el cine, en sus sueños. Carros y carros de todos los tamaños y colores.
Cuando Marga era pequeña y andaba en bicicleta, se decía a sí misma que algún día andaría en auto y que sería la mejor copiloto que el mundo había visto.
A los 17 años se subió en lo que creyó que era su primer carro. Digo creyó, porque la verdad es que el auto ni era de ella ni estaba disponible. Dio un par de vueltas en esa camioneta y en un momento que fue al baño a hacer pipi, descubrió que el piloto junto al vehículo habían desaparecido para siempre.
Sus ganas de seguir andando la hicieron volver a intentarlo. Esta vez se buscó un auto más pequeño, de dos puertas. Era un auto tranquilo y cómodo, no corría mucho, así que Marga se aburrió en la tercera vuelta y se bajó.
Fue pasando el tiempo. A veces Marga se montaba en autos solo por la emoción de dar una vuelta en la pista de carrera. Sabía que el recorrido sería corto e igual se subía, disfrutaba intensamente la vuelta y regresaba a su casa con el mismo sueño: ser la mejor copiloto del mundo.
La siguiente vez se montó en un corolla negro. Ella sabía, desde el principio, que algo andaba mal con ese auto, igualmente insistió. Marga es así, perseverante cuando quiere alcanzar una meta. El carro dejó de funcionar varias veces, ella se bajaba con paciencia y lo empujaba. El auto volvía a andar unas cuantas vueltas más y luego, hacía lo mismo. Así estuvo un tiempo, hasta que el dolor la venció.
El siguiente auto en el que Marga se subió era deportivo. Color gris plateado. Dos puertas. Esta vez, ella, muy decidida a ser la mejor copiloto del mundo, aguantó algunos malestares. Carreteras en mal estado, calor, poca agua, ausencia de luz, ruidos. Marga estaba decidida a estar allí, sentía que si se bajaba, nunca lograría su meta. El tiempo implacable, la hizo ver lo que era visible desde el primer día. Ése no era el auto. Cuando quiso bajarse, le fue difícil. Se atascó el cinturón de seguridad y no podía irse a pesar de sus ganas absolutas de volver a las calles. Logró descender, eso sí, con varias heridas en manos y piernas. Ese fue el precio del auto deportivo.
Recientemente me encontré a Marga. Y la vi diferente. Cuando la miré, andaba a pie, cosa rara en ella. Y me contó lo siguiente:
¿Sabes? Hoy me di cuenta de algo importante. Me acabo de bajar de un auto. Un carro blanco, con sus detalles e imperfecciones e igualmente hermoso y maravilloso. El detalle es que no tenía asiento en el puesto de copiloto. Ahí fue cuando me di cuenta que no puedo ser la copiloto de un auto sin asiento en ese lugar. También recordé muchos de los autos en los que he paseado a lo largo de mi vida y me di cuenta que los viajes más duros y los más dolorosos los hice en carros sin asiento en el lugar del copiloto. ¿Cómo llegar a ser la mejor copiloto del mundo si no hay un asiento para mí? Es imposible de esa manera.
Dicho esto, Marga se alejó a pie. Había paz en sus palabras y también un dejo de dolor.
Cuando Marga era pequeña y andaba en bicicleta, se decía a sí misma que algún día andaría en auto y que sería la mejor copiloto que el mundo había visto.
A los 17 años se subió en lo que creyó que era su primer carro. Digo creyó, porque la verdad es que el auto ni era de ella ni estaba disponible. Dio un par de vueltas en esa camioneta y en un momento que fue al baño a hacer pipi, descubrió que el piloto junto al vehículo habían desaparecido para siempre.
Sus ganas de seguir andando la hicieron volver a intentarlo. Esta vez se buscó un auto más pequeño, de dos puertas. Era un auto tranquilo y cómodo, no corría mucho, así que Marga se aburrió en la tercera vuelta y se bajó.
Fue pasando el tiempo. A veces Marga se montaba en autos solo por la emoción de dar una vuelta en la pista de carrera. Sabía que el recorrido sería corto e igual se subía, disfrutaba intensamente la vuelta y regresaba a su casa con el mismo sueño: ser la mejor copiloto del mundo.
La siguiente vez se montó en un corolla negro. Ella sabía, desde el principio, que algo andaba mal con ese auto, igualmente insistió. Marga es así, perseverante cuando quiere alcanzar una meta. El carro dejó de funcionar varias veces, ella se bajaba con paciencia y lo empujaba. El auto volvía a andar unas cuantas vueltas más y luego, hacía lo mismo. Así estuvo un tiempo, hasta que el dolor la venció.
El siguiente auto en el que Marga se subió era deportivo. Color gris plateado. Dos puertas. Esta vez, ella, muy decidida a ser la mejor copiloto del mundo, aguantó algunos malestares. Carreteras en mal estado, calor, poca agua, ausencia de luz, ruidos. Marga estaba decidida a estar allí, sentía que si se bajaba, nunca lograría su meta. El tiempo implacable, la hizo ver lo que era visible desde el primer día. Ése no era el auto. Cuando quiso bajarse, le fue difícil. Se atascó el cinturón de seguridad y no podía irse a pesar de sus ganas absolutas de volver a las calles. Logró descender, eso sí, con varias heridas en manos y piernas. Ese fue el precio del auto deportivo.
Recientemente me encontré a Marga. Y la vi diferente. Cuando la miré, andaba a pie, cosa rara en ella. Y me contó lo siguiente:
¿Sabes? Hoy me di cuenta de algo importante. Me acabo de bajar de un auto. Un carro blanco, con sus detalles e imperfecciones e igualmente hermoso y maravilloso. El detalle es que no tenía asiento en el puesto de copiloto. Ahí fue cuando me di cuenta que no puedo ser la copiloto de un auto sin asiento en ese lugar. También recordé muchos de los autos en los que he paseado a lo largo de mi vida y me di cuenta que los viajes más duros y los más dolorosos los hice en carros sin asiento en el lugar del copiloto. ¿Cómo llegar a ser la mejor copiloto del mundo si no hay un asiento para mí? Es imposible de esa manera.
Dicho esto, Marga se alejó a pie. Había paz en sus palabras y también un dejo de dolor.
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