martes, julio 31, 2007

El caballo volador

Era un rey que tenía dos hijos. Un hijo era ocioso, se llamaba Tambal, que significa algo así como "soñador". Y el otro era un hijo práctico y le gustaban las cosas útiles.

El rey era un verdadero protector de la comunidad, y quería proveer a las gentes de su reino de cosas de utilidad social. Y un día llamó a un concurso para que la gente de más talento del reino produjera cosas.

Había un forjador muy famoso que se aisló en su torre. Se oyó que daba golpes y que trabajaba día y noche para este concurso. Al fin aparece con un producto maravilloso, que es un aparato que no sólo se puede deslizar sobre la tierra, sino que puede volar lentamente y también sumergirse en el agua. No se había visto una maravilla tan grande nunca.

Todos aplauden felices y felicitan al que presenta este invento, y están seguros de que ha de ser el elegido.

Pero después aparece un carpintero poco conocido y presenta un caballo de madera tallada.
«-¿Qué es ésto?» dice el rey cuando comparece para presentar su pieza. «-Bueno», contesta el carpintero, «esto parece una cosa muy simple, pero tiene una propiedad especial, y es que este caballo obedece al deseo del que lo monta, y lo lleva allá donde quiere el jinete».

«-¡Ah!, dice el cortesano, esto es un juguete, es como una broma frente a ese producto que ha presentado el ingeniero. Se lo podrías dar a tu hijo Tambal, que es un soñador». Y se lo dan. Y al carpintero no le hacen ningún caso.

Y triunfa realmente el aparato este de las muchas propiedades. Tambal se monta en el caballo. Se le ha dicho que el caballo puede llevarlo a cumplir el deseo de su propio corazón, y él dice: «-¡Ay!... cuánto me gustaría saber cuál es el deseo de mi corazón». Y el caballo se levanta por el aire y lo lleva a un castillo que está flotando, un castillo giratorio. El rey está ausente en ese castillo, pero está la princesa. Se encuentran Tambal y la princesa y es un amor a primera vista, una cosa maravillosa. Pero el rey, que estaba de visita en otra parte, regresa. Entonces Tambal esconde el caballo detrás de la cortina, se esconde él mismo. Y este amor tan maravilloso queda interrumpido.

A Tambal no se le ocurre otra cosa que hacer que huir, para volver a la tierra de su padre y conseguir refuerzos de alguna manera. Pasará largo tiempo antes de que pueda casarse con la princesa.

Entonces Tambal tiene que volver para pedir refuerzos a su padre, el rey. Dice: «voy a venir con ejércitos de mi padre, voy a conquistar a la princesa». El padre de la princesa se llama el Rey Kahana, una palabra que en árabe significa algo así como profeta, pero profeta de poca categoría. Este Rey insiste en que su hija sea casada con el Príncipe del Oeste. Ya está destinada y no quiere ni oír hablar sobre lo que ella siente. Como en todos los cuentos de hadas, la princesa es una cautiva de su propio padre, que tiene otros planes para ella. La princesa se llama Durri Karim, la perla preciosa.

Esta perla preciosa del alma va a tener que esperarse hasta una larga aventura de Tambal, que se dice que recorre desiertos y que ya piensa que ha perdido su causa. Hay momentos en los que cree haber llegado, pero son espejismos. Ocurren toda clase de altibajos y pasa un tiempo muy largo... hasta que llega a un bosquecillo muy agradable en el que hay árboles frutales y se siente agua cristalina. Es como un paraíso. Hay unas frutas muy bonitas. Tambal come de ellas y se queda dormido.

Y cuando despierta se mira en el agua y ve que le han crecido las uñas enormemente. Le ha crecido barba, pelo por todas partes, le han crecido cuernos... ve como una imagen demonizada de sí mismo, es una cosa horrorosa. Aunque llegara a la tierra de su padre, aunque pudiera cumplir con los actos liberatorios, ya no se puede esperar que la princesa lo acepte en esas condiciones. Lo que le parecía un paraíso es realmente un preludio a, digamos, una demonización. El se ve más feo de lo que nunca se ha visto en la vida.

Está desesperado cuando ve a lo lejos a un hombre que se acerca con una lámpara, un peregrino, como un viejo sabio. Y él, que en este momento de la necesidad más grande, de la necesidad más sincera de guía, tiene la posibilidad, le pregunta «Padre, ¡qué debo hacer?». Y el otro le dice «Come de las frutas secas, no de los frutos maduros. Y luego sigue tu destino».

Y así lo hace, come de las frutas secas. Poco a poco se le va pasando esta condición de demonizado. Él se pregunta «¡qué es eso de seguir mi destino?», cuando oye un repiqueo y ve llegar una caravana. Es el Príncipe del Oeste, que viene a buscar a la princesa para casarse con ella. Y muy arrogante le dice: «!Oye! ¿Tú eres el dueño de esta fruta? !Yo quiero comer de esta fruta! !Dame!». Y se come unas cuantas de esas frutas tan atractivas. Le pasa lo mismo, se vuelve un demonio. El no se puede presentar a la princesa de esa manera, así que le dice a Tambal: «!Oye, te vamos a poner a ti mientras tanto!».

Así que esconden al Príncipe del Oeste que se ha puesto demoníaco y cuando Tambal, siguiendo su destino, llega hasta donde está la princesa, se casan. Ella sólo pone una condición, que le den el caballo de madera. Y el padre entrega a la princesa con este juguete del cual se ha encaprichado. El padre sabe que eso tiene que ver con un amante secreto, pero en ese momento ya no importa. Y cuando el verdadero Príncipe del Oeste va a echar las cuentas con este Tambal por el cual se siente envenenado, (intenta darle una cuchillada), pero el otro parte con la princesa, se eleva por los aires en el caballo de madera.


Es un cuento que refleja exactamente las etapas del viaje. Primero, una actitud de la mente disponible como a soñar, como a preguntarse cuál es su verdadero deseo en lugar de estar tan atrapada en lo mundano, en las cosas que sirven... Luego es el caballo mágico, el encuentro con la princesa, el encuentro con la esencia y el encuentro con el centro de sí mismo. El amor, el conocer.... y luego la pérdida de eso. La tribulación, que es la noche oscura, o como quiera que se la llame. Y luego un período de, en el fondo, encontrarse con la sombra. Tras lo cual empiezan a cambiar los roles, como si lo feo, lo malo, lo podrido que aún lleva uno dentro empezara a supurar. Lo interno se empieza a hacer externo, se empieza a hacer visible. Pero al mismo tiempo al hacerse visible se va haciendo menos, se va produciendo la purificación. Luego todo acontece por sí mismo, de ahí en adelante no hay trabajo. Hay que aguantar, seguir el destino no más. Y al final el reencuentro con la princesa, el reencuentro con el alma después de haberla perdido... la ascensión.

El anterior es un cuento Sufi. Lo lei en Internet en una entrevista hecha al Dr. Claudio Naranjo. Y me gustó mucho... no pude evitar publicarlo aqui aunque no sea de mi autoría.

lunes, julio 16, 2007

La historia de una casualidad

Primer encuentro
Ella tenía 5 años y él 6. Se conocieron en el kinder y se gustaron desde el principio, al menos eso recuerda ella. Se hicieron novios de la infancia.
Él le regalaba todos los días una moneda. La idea era que ella comenzara a ahorrar para que cuando fueran grandes y se casaran, pudieran comprar la lavadora, pero ella decidió que era muy temprano para eso y gastaba la moneda en dulces y helados.
Ella se ponía nerviosa con él. Y si a él lo castigaban, a ella le dolía adentro. Cuando iban al parque, él la tomaba de la mano y ella aún recuerda esa mano tierna que la sostenía cuando tenía 5 años. Él se llamaba Julio César.

Primer desencuentro
Era el primer día del nuevo año escolar. Ella llegó temprano al colegio y le guardó un puesto a su novio a su lado. Custodió con cuidado el lugar. Lo que no se imaginaba ella es que el lugar quedaría vacío. Julio César no llegó esa mañana, ni ninguna de las mañanas siguientes.
Ella, intrigada, sorprendida y muy decidida para sus 6 años de edad, lo llamó a su casa. Allí se enteró que su amorcito se había ido de la capital a vivir en una ciudad del interior.
Así, sin despedida de por medio, dejaron de verse. Ya no hubo más monedas ni paseos en el parque tomados de la mano.
Ella, aunque no se lo decía a nadie, soñaba con encontrárselo un día en la calle. A veces, se vestía más bonita, sólo con la ilusión de que ese día se tropezaría con Julio César de nuevo.

Segundo encuentro
Ella tenía 17 años. Él 18. Ella estudiaba el último año del bachillerato. Él también.
Era mediodía. Ella y su mejor amiga subieron a un autobus lleno de gente, tomaron dos asientos y comenzaron, como siempre, a reirse todo el tiempo. En el asiento de adelante iban dos jóvenes, las miradas entre los cuatro no se hicieron esperar. Luego de un trayecto conversando de cualquier cosa, los chicos se bajaron del colectivo. Antes de descender, uno de ellos le preguntó a ella: "¿Y no me vas a dar un besito?". Ella soltó una gran carcajada y dijo que no.
Unas horas más tarde, ella y su amiga caminaban por una tienda por departamentos muy grande de la ciudad. Se reían, para variar. Decidieron subir al piso de la ropa de mujeres y mientras ascendían por las escaleras mecánicas, los mismos chicos del colectivo bajaban por las escaleras de al lado. Todos rieron. El destino los volvio a cruzar. Primero, en el bus y ahora en esta tienda, donde los muchachos trabajaban. Intercambiaron teléfonos. Uno de los chicos se llamaba Julio.

El reecuentro
Ella le contó a su mamá sobre la casualidad de los chicos del autobús, aún sin darse cuenta de la mayor de las casualidades. En medio de la historia, la chica le dice a su mamá: "Ese muchacho es igualito a mi novio del kinder, te acuerdas de él?".
La mamá sintió curiosidad y ambas volvieron a la tienda unos días más tarde. Luego de algunas preguntas, confirmaron lo que ya parecía obvio. Julio era Julio César, el chico del autobús era el novio del kinder de ella, el mismo que le daba la moneda todos los días.
Desde ese día, él comenzó a darle una moneda a ella todos los días. Ella no se lo podía creer.

Segundo desencuentro
Cualquiera que sabía de este reencuentro tan fortuito, pensaba que ella y Julio terminarían juntos nuevamente, al menos por un tiempo.
Pero no, ella se acobardó antes de que cualquier cosa pudiera suceder. Sintió miedo y se paralizó. Él la buscaba y salían. Fueron amigos durante un tiempo, pero ella siempre se las arregló para que discutieran por alguna razón o por hacerle ver a él que mejor eran sólo amigos. Él terminó por hacerle caso. Cuando volvieron a coincidir unos años más tarde en un trabajo, él le dijo que si ellos no se casaban, ojalá un hijo de él y una hija de ella sí lo hicieran. Ella sonrió tristemente.

Ella tiene tiempo sin saber de él. Y cada vez que puede, cuenta esta historia a sus amigos y conocidos, como la historia más linda de casualidad que le ha pasado en la vida.

domingo, julio 08, 2007

"Me recuerdo de tus formas"


Santiago es mi niño preferido en el mundo. Es el hijo de Adriana (la mejor amiga de mi cuñada y también es la madrina de mi sobrina)

Desde que nació, Santiago ha sido mi niño preferido. Es bello, físicamente es bellísimo, además me cae bien.

Hoy lo vi. Tenía como un año y medio sin verlo.


Cuando lo saludé, le di un beso y le digo: "Santi, mi amor, ¿Sabes que tú eres mi niño preferido en el mundo?". El sonrió. Luego le digo: "Santiago, ¿tú te acuerdas de mí".


El chamo me mira y me dice: "No mucho". Yo le respondo: "Claro, mi amor, es que teníamos un año y medio sin vernos". En ese momento, Santiago clava sus hermosos ojos en el escote de mi camisa, me mira las lolas y me dice: "Me recuerdo un poco de tus formas".


Acto seguido, me automiro las lolas y señalando con el dedo hacia mi busto, le digo: "¿Te acuerdas de estas formas? Santiago, pero todas las mujeres tenemos estas formas..."


Me volvió a mirar y me dijo: "Sí, pero yo me acuerdo de las tuyas".


Santiago tiene seis años en este momento. Yo siempre he sabido que él va a ser un super galán cuando sea grande. Y hoy, sólo lo confirmé.

Para seguir leyendo...

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