Acabo de estar de vacaciones en Canadá. Específicamente en Montreal. Una ciudad hermosa, organizada, grande.
Y con muchas particularidades, entre ellas, la cantidad de inmigrantes que alli viven. Gente de todos los colores, idiomas, países, modos de andar, olores y demás. Hubo un día en el que estuve caminando por el centro de la ciudad tratando de encontrar a los canadienses y me costó saber cuáles eran.
Mi encuentro fue con amigos venezolanos que tienen algún tiempo viviendo en esta ciudad. Diferentes modalidades, formas de estar, modos de vivir. Algunos solos y felices; otros, solos e infelices; otros en familia con bebé nuevo, otros en familia ya con hijos adolescentes. De todo un poco. Lo que todos tenemos en común es que somos venezolanos.
Uno de los pensamientos comunes que encontré fue el rechazo hacia la vida que se vive en Venezuela en este momento. Si bien, no todos lo comparten, es algo que se repite. Se sorprenden, luego de algún tiempo viviendo fuera de su tierra natal, que aún haya personas que vivamos en ese país tan particular y desordenado como el que tenemos. Y más aun se sorprenden cuando les digo que además de todo, me va bien, que estoy tranquila y que mi vida es buena, a pesar de los problemas reales con los que convivimos los venezolanos día a día.
Mientras conversaba de esto de "sobrevivir" en Venezuela con Carlos y Roberto, me llegó una imagen con la que me senti identificada plenamente: la de Wall-e, el robot de la pelicula de Pixar.
Él vive en medio de un desastre, un basurero, de desechos... y aún asi, logra mantener un container (su hogar) super equipado, con millones de cosas útiles que además, pueden ayudarlo a el mismo y a los demás.
Me sentí identificada con el, tanto por lo que hago como profesion, como lo que hago con la vida: transformar y al mismo tiempo, transformarme en ese cambio.
Soy Wall-e.