viernes, junio 15, 2007

El premio mayor


Juan ganó la lotería, pero aún no se había enterado.

La noche anterior, mientras la joven modelo sacaba los números de la suerte, Juan dormía profundamente. Había tenido un día de mierda. Y sólo quería desconectarse del mundo y de sus inmundicias. El billete de lotería dormía también, en la cartera de Juan, justo en la mesa de luz, al lado de las llaves y del celular.

Esa mañana amaneció de pésimo humor. Le dolía la cabeza. El perro, una vez más se había hecho pipi al lado de su cama y apenas puso los pies en el suelo y se enteró de la gracia de Sultán, soltó la primera grosería del día, que no sería la última.

Se bañó con agua fría. Lo ha venido haciendo así, desde que el calentador de agua está malo. “Dicen que es bueno para la circulación”, se repetía para sus adentros mientras brincaba para tratar de soportar el agua helada que chocaba contra su cuerpo. El champú se le había terminado, así que tuvo que lavarse el cabello con el acondicionador. Juan estaba aburrido de su mala racha, de sus recientes 30 años de mala suerte. Juan estaba por cumplir 31.

Se vistió. Se miró al espejo y no le gustó lo que vio. “Mierda, ¿en qué momento me convertí en esto?”, se dijo al ver su reflejo. Llevaba traje y corbata. Una vez más se disponía a ir a un trabajo que no le gustaba, que lo estresaba y que le había costado su más reciente úlcera gástrica y unas cuantas subidas de tensión que habían preocupado a su cardiólogo de cabecera.

Esa mañana hacía un calor insoportable. Comenzó a sudar apenas salió del edificio. Se fue caminando hasta la estación del metro. Empapado de sudor antes de las 8 de la mañana. Sin saber que tenía dinero suficiente como para comprarse un auto nuevo con aire acondicionado y chofer, si lo quisiera. Juan aún no se enteraba que era millonario de dinero. Lo que sí tenía claro es que sus emociones estaban en quiebra.

Mientras iba en el metro, apretujado entre las personas, sintió los ojos de una mujer mayor clavados en su rostro. Se sintió un poco más incómodo de lo que ya estaba. Trató de ignorarla, pero no pudo. Ella no pestañeaba, sólo lo miraba. Él no pudo saber si la mujer sonreía o no, lo que tenía en la boca parecía una mueca y Juan no pudo descifrarla.

Como por arte de magia, todas las personas se ese vagón se fueron bajando, de tal manera que sólo quedaron Juan y ella, la vieja que lo miraba. Juan se asustó, pensó que lo único que le faltaba era que una señora mayor le quitara los últimos 30 mil bolívares que le quedaban hasta cobrar su próximo sueldo en 10 días.

Ella se acercó en silencio. Lo miró. Juan impávido. No se atrevía ni a moverse. Ella lo tocó en la cara con cierta ternura. Él no entendió la caricia. Ella le dijo: “Eres millonario, lo que pasa es que aún no lo sabes. Lo peor de todo es que no podrás disfrutarlo.” Dicho esto, bajó del vagón. Juan no comprendió nada. Se sintió intrigado y siguió a la señora.

Corrió un poco, pues la vieja caminaba rápido. La alcanzó en la salida que daba hacia la Avenida Principal. Había mucha gente, como todas las mañanas. Juan no sabía lo que hacía, ni para qué corría, sólo perseguía a la señora, quería entender lo que la anciana había dicho.

La vieja volteó, sabía que Juan la seguiría. Se rió. Ella sabía lo que pasaría en los siguientes segundos. Juan no.

En ese instante, unos asaltantes salían del banco más cercano a la estación del metro. Habían cargado con buena parte del dinero que había y estaban aterrados, la policía los venía siguiendo. Tiros, confusión, gritos, gente corriendo. Todos corrían, menos Juan y la anciana. Juan no sabía lo que sucedía, era como si la película pasara ante sus ojos en cámara lenta. La anciana miraba a lo lejos la escena, esperando su momento para entrar en acción.

Juan cayó al piso. Ni siquiera sintió la bala, solo un ardor intenso y un dolor profundo. Respiró como pudo y trató de mirar a su alrededor, buscando la cara de la anciana. La miró. Ella también lo estaba viendo. La vida se le fue en segundos. Juan nunca supo que era millonario. Juan no miró la historia de su vida pasársele ante sus ojos, sólo sentía ardor dentro del cuerpo y dijo la última grosería del día y de su vida: “¡Coño de la madre!”

En medio del desastre, la señora se acercó al cuerpo de Juan. Sin que nadie se diera cuenta, buscó en el bolsillo del pantalón, sacó de la cartera el billete de lotería y le devolvió la cartera al difunto. Le echó la bendición y se fue contenta. Ahora, ella era la millonaria.

Sonó el despertador. Eran las 6 de la mañana. Una voz en la radio leía los titulares del día. Juan abrió los ojos abruptamente y se tocó el estómago. No encontró sangre y el único dolor que tenía era porque la noche anterior no había cenado y su estómago le informaba de su hambre matinal. Juan recordó todo rápidamente: la noche, el sueño, la lotería, la modelo vestida de azul, los números, 2, 5, 29, 42, 30, el perro, el baño, el metro, el calor, la vieja, los disparos, él en el piso, la anciana mirándolo.

Se puso de pie de un golpe y buscó dentro de la cartera, allí estaba el billete con los números, intacto, impoluto, perfecto. Lo miró y acto seguido lo rompió. Lo único que le pasaba por la mente mientras lo hacía era la idea de que ya era millonario: estaba vivo.

1 comentario:

H.G. dijo...

Tienes razón. Hay varias similitudes con mi cuento. Y lo de despertar de un sueño también lo utilicé en otro cuento.

Tenemos estilos similares para escribir. I like that!

Para seguir leyendo...

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