viernes, julio 02, 2010

Querido Abuelo Luis


Abuelo hermoso. Hola!
Tengo 35 años. Te fuiste cuando yo tenía 7.

Te recuerdo de una manera tan clara, nítida y perfecta.

Apenas llegábamos a casa de la abuela, corría al balcón a buscarte. Sabía que estarías allí, escuchando tu radio y tus tangos, con tu franelilla blanca y tu pantalón, peinado perfecto como si fueras a salir, con tus cholas negras. Allí, sentado, tranquilo, mirando a la nada. Me agarraba a ti con fuerza. Te abrazaba con mucho amor. Y tú a mi, claro está. Yo era tu princesa, como me decías tú.

Te recuerdo preguntándonos a todos si necesitábamos usar el baño, porque tú te ibas a meter a bañar y cuando eso pasaba, podías estar mucho rato allí adentro.

Te recuerdo cuando te ibas a jugar bingo en nuestra casa. No te parecía que Ricardo y yo pasáramos la tarde solos en el apartamento. Agarrabas a mi abuela y te presentabas en nuestro apartamento. Jugábamos Bingo y así estabas con nosotros.

Te recuerdo sentado en la cabecera de la mesa. Ese era tu lugar y nadie podía sentarse allí.

Recuerdo los domingos en tu casa. Íbamos todos a pasar la tarde y merendar con ustedes. Al final, en la despedida, siempre me dabas una moneda de dos bolívares. Era una fortuna en esos tiempos. El último día que te vi (que yo recuerde), sacaste todas las monedas de tu bolsillo, las pusiste en tu mano y me pediste que eligiera "la que me tocaba". Estabas enfermo y no lo sabíamos. Ya no sabías cuál moneda era cuál. Yo me di cuenta aunque no lo entendí.

















Te fuiste tan rápido que no hubo tiempo de mucho. 12 horas bastaron para que tu sangre dejara de estar "limpia". Una gangrena gaseosa, aunque aún no sé qué significa ese término, eso fue lo que siempre dijeron que te pasó. Una bacteria te envenenó la sangre y no pudieron (pudimos) hacer nada para que siguieras vivo, con nosotros.

Fue un viernes. Lo recuerdo tan claro como si lo estuviera viviendo ahora mismo. Yo tenía 7 años y mi hermano 13. Pasamos una tarde normal en nuestra casa. Pero las cosas comenzaron a ser diferentes cuando eran más de las 5 p.m. y mi mamá no llegaba. Ella los viernes llegaba más temprano. Se hizo de noche. Y nada que llegaba mi mamá. Lo recuerdo. Mi pequeña alma sabía que "algo" estaba pasando.

Sonó el teléfono. Atendió mi hermano. La conversación fue breve. No se qué le dijeron, solo se lo que él me dijo a mí: nos vamos a casa de Amalia (nuestra queridísima vecina). Yo brinqué de la emoción. En mi total inocencia, me parecía genial ir a cenar en casa de Amalia (que siempre ha cocinado divino y era muy generosa con sus porciones) y luego jugar con mis amigas del alma Carola y Mariella. Noche perfecta! ¿Cómo iba a saber que te estabas muriendo mientras tanto? No había forma de saberlo.

Comimos. Jugamos. Brincamos. Jodimos un montón. Dormimos.

No recuerdo a mi hermano en esas escenas. Imagino que él a sus 13 sí sabía lo que te estaba pasando. Lo que nos estaba pasando a todos esa noche.

Llegó la mañana. La escena era extraña. Yo no lo entendí en ese momento. Un grupo de 4 ó 5 vecinos se reunieron bien temprano en la sala de la casa de Amalia. Mi mamá estaba vestida con una camisa beige y un pantalón marrón. La recuerdo triste. Yo solo la abracé por las piernas, por donde yo la alcanzaba.

Mi mamá y mi hermano se fueron. Yo me quedé en casa de Amalia. Inocente. Sin saber nada. Ya te habías ido.

En la tarde, Carolina, me llevó al balcón. Se puso seria, muy seria para sus 8 años. Y me dijo que tenía algo importante que decirme, pero que no podía llorar o gritar. Yo le dije que estaba bien, que me dijera. Y soltó la frase: "Tu abuelo se murió". No me dieron ganas de llorar ni de gritar. Creo que lo que sentí fue un verdadero alivio. Ahora sí entendía este viernes y este sábado tan raro de mi vida. Ahora entendía la trsiteza de mi mamá, el silencio de mi hermano. Y solo me pregunté: "¿Se habrá ido al cielo?".

El juego siguió. Cuando tienes 7 años, el tiempo es relativo y la noción del tiempo lejana. Llegó la tarde y con ella mi mamá. La vi más flaca que nunca. Tristísima. Pero ahora ya yo sabía la razón. Caminamos juntas por el pasillo. Ella me llevaba de la mano. Y yo solo atiné a preguntarte en la puerta de nuestro apartamento: "¿Mi abuelo está en el cielo?". Y ella me dijo que sí. Esa noche nos quedamos en su cuarto. Con la luz apagada. Así comió ella, lo poco que pudo comer. El dolor era pesado, aplastante.

Yo no podía hacer nada. Ni por ti, ni por ella, ni por mi hermano. Ni por mí. Pero en ese momento yo no lo sabía.

Fueron pasando los días. Todas tus hijas y mi tío Luis estaban super tristes. La casa de la abuela se sumió en un silencio total. Todas vestían de negro. Yo las miraba sin entender mucho.

Mi mamá estaba tan triste. Y mi hermano. Y yo. Y mi papá. Y todos. ¡Qué dolor abuelito! ¡Qué dolor que te hayas ido! Ya no iban a haber más monedas de dos bolívares, ni más tango en el balcón, ni más bingos en mi casa, ni más abrazos tuyos. Ya no.

En mis sueños infantiles, me imaginaba que un día ibas a aparecer y nos ibas a decir que todo fue una broma. En mis sueños infantiles, me hacía la fantasía de que quizá tú tenías un hermano gemelo en otras tierras que vendría a ocupar tu lugar (yo ya a esa edad veía telenovelas) Yo solo quería que volvieras.

Reclamé muchas veces mientras iba creciendo que no me habían dicho nada de tu muerte. Era puro dolor Abuelito, puras ganas de volverte a ver, de haberte podido mirar otra vez.

A los 16 años soñé contigo. El sueño era así: Yo entraba a un cuarto en casa de mi abuela y te encontraba allí. Estabas muerto, eras un fantasma. Al principio me asusté, pero luego la emoción de "volverte a ver" cubrió cualquier susto y comencé a hablarte como loca. No podía parar. Empecé a explicarte que yo nunca supe nada, que no me habían dicho, que por eso no había ido a tu entierro y mil cosas más. Tú, en una paz perfecta, me dijiste que no me preocupara, que tú sabías que yo no sabía, que estaba bien así. Me dijiste que estabas bien. Y me preguntaste por Ricardo, me contaste que él había llorado mucho en tu entierro. Yo te dije que estábamos bien. Me diste la bendición y te fuiste". Después del sueño dejé de reclamarle a mi mamá y a mis tías que me hayan ocultado tu partida. No hacía falta ya.

Hace unos cuatro años volví a verte en un sueño. Me encontré contigo en un estacionamiento. Estabas muerto. Y me dijiste que te sentías solo. Yo te pregunté si necesitabas algo. Pero solo me dijiste eso. Y te fuiste. Cuando le conté el sueño a mi Abuela Ricarda, ella me dijo que siempre soñaba contigo y que tú la llamabas en esos sueños, pero que ella te decía que todavía no era su momento.

Ahora, muchos años después de ese viernes en el que te fuiste, te recuerdo y te lloro como no te lloré a mis siete años. Hoy puedo ver cuánta falta nos has hecho a todos y cuánta falta me has hecho a mí. Me duele tu partida y por sobre todas las cosas no haberte dicho Chao Abuelo, nos vemos ahora, luego, después.

Pero como la vida es tan hermosa, plena y sabia, me regala otro viernes para poder escribirte esto y decirte lo mucho que te amé y que te amo. Para decirte Abuelo hermoso que te llevo en mi corazón. Para escribirte esta carta absolutamente sentida desde mis entrañas que no te hubiese podido escribir a los 7 años. Para decirte que con muchísimo dolor te dejo en la muerte y que desde aquí, desde la vida, te doy las gracias más grandes e infinitas que se pueden dar a ser humano. Gracias por haber amado a mi abuela, haberla tomado, haberla querido, haberle dado la vida a mi mamá y habernos amado tanto a todos. Gracias por haber aceptado a mi papá y haberlo tomado como otro hijo. Gracias por tu vida y por habernos regalado esa vida a todos nosotros.

De esa agua que tenías tú me baño a diario. Sin juicios Abuelo. Se que hiciste lo mejor. Y aunque me dolió y aún me duele, se que te fuiste cuando tenía que ser, ni un minuto antes, ni un minuto después. Yo no podía hacer nada por ti, ni por mi mamá, ni por mi papá, ni por mi hermano. Yo era muy chiquita y delante de tu destino, lo sigo siendo. Fue cuando tenía que ser. Nada más.

Yo me quedo por acá por la vida un rato más. Desde aquí, te miro con amor. Y te pido, por favor, que me mires también con amor. Que me sonrías en cada tango que baile, en cada moneda que reciba, en cada abrazo que me den y que yo dé.


Por favor abuelito, bendíceme. Por favor. Mírame con cariño si me quedo, si me puedo despedir con tranquilidad de los que amo, si soy amada y no siento miedo ante ese amor que puede morir, si me entrego con paz y tengo quien me sujete en la caída. Por favor abuelo, bendíceme.





Tu nieta Raiza

1 comentario:

Francisco Pimentel dijo...

Bella carta..refleja la inocencia de un momneto puntual de la vida. el hecho de no entender y ludicamente seguir el juego sin saber, reflejan esos momentos congelados en el tiempo en los que la niñez nos priva del conocimiento pleno.
Tu abuelo esta en un mejor lugar. Mejor que aqui. Y estoy seguro que vivió una vida plena y digna rodeado de sus seres queridos.
Lo que le paso fue desafortunado y sin forma de preveerlo. Es increible como narras la historia como si tu hubieses sido protagonista en primera fila.
Siete años no mas. Inocencia pura.
Sin embargo recuerdas los detalles mas bellos del cuento y los plasmas en tu pensamiento.
Es una bella dedicatoria, un excelente epitafio.
Yo te conte sobre mi abuela y como me crió, como la extraño y desearia que hubiese tenido unos años más. Las navidades no fueron las mismas jamas. La familia no fué igual tampoco.
Ambos extrañamos a nuestros abuelos del alma. Tu con todos tus recuerdos y yo con la falta que me hacen sus consejos y enseñanzas. Le debo mucho a mi abuelo y a mi abuela y por eso soy 2/3 del hombre que soy o mas. Por eso los acompañe hasta su lecho de muerte. Estuve al lado de sus camas al exhalar.
Cargo con la decisiñon de haber colocado un drip de morfina a mi abuela y con la impotencia de ver a mi genial abuelo ser tragado por el alzhaimer y la insuficiencia cardiaca.
Seguro nos ven y nos bendicen desde allá. Alla donde hay luz y no oscurece. Allá donde descansan en paz.
De eso estoy seguro!!!
F.

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