Por muchos años esta mujer tuvo y mantuvo una empresa de múltiples empleados. Estaba tan atareada con sus ocupaciones que se olvidó de ella misma. A veces no se pagaba el sueldo, hubo años en los que no vio utilidades. Hubo momentos en los que una conversación para desahogarse era necesaria, pero prefería utilizar sus oídos para atender a sus empleados, a esos que dependían de ella. En el fondo, era feliz. En el fondo, era infeliz. De cualquier manera, pensó que valía la pena este sacrificio.
Pasó el tiempo. Sus empleados fueron creciendo, cambiando, mutando. Fueron sintiendo otras cosas. Comenzaron a necesitar cambios. Fueron renunciando. Poco a poco, uno a uno. La mujer, jefe por mucho tiempo de esa empresa maravillosa, casi no notó los cambios. Estaba inmersa y dedicada a hacerlos a todos los que estaban muy felices. Su vida seguía más o menos igual. A veces no cobraba sueldo, casi no pasaba por su oficina.
Un día, un día que amaneció diferente. La mujer llegó a su empresa, a su bella empresa y se quedó perpleja. No había nadie. Ni un alma. Estaba todo vacío. El primer sentimiento que la invadió fue la sorpresa. No lo podía creer. Buscó en su libro de empleados y solo le quedaba uno en la nómina: ella misma.
Luego de la sorpresa llegó la tristeza. Se sentía sola. Profundamente sola. Ya no tenía a quién atender y a quién solucionarle sus temas laborales. Ahora el negocio no solo dependía de ella, sino que era solo para ella.
Pasó un tiempo antes de que pudiera disfrutar esta nueva empresa unipersonal en la que se había convertido su vida. El día que comprendió que los ingresos eran todos para ella en este momento, el día que supo que las utilidades ya no las tendría que compartir, el día que se dio cuenta que tenía mucho tiempo para ella y sus necesidades, ese día comenzó a disfrutar su propia empresa, su propia historia, su propia vida.
Esta historia es una analogía de alguien que en vez de dedicarse a vivir su propio destino, por amor a los suyos, decidió hacerse cargo de su familia por muchos años, olvidándose de ella misma.
Luego de hacer un movimiento de Constelaciones Familiares, su empresa quedó sin empleados y ella comenzó a hacerse cargo de su propio destino. Primero, con mucho dolor; luego, con mucho amor por ella misma y por los suyos.
Los que nos aman sonríen cuando nosotros somos felices.
Los que nos aman lloran cuando nosotros lloramos.
El sacrificio no hace crecer a la familia. El movimiento sí!
Autor del texto: Raiza Ramírez
1 comentario:
Me ha gustado mucho!!
Un saludo,
Evolet
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